Dimiter Inkiow, poeta búlgaro autor de una de las parábolas más bellas acerca de
la maternidad...
Érase una vez un viejo carpintero ruso llamado Serguei que fabricaba preciosos objetos de madera. Para ello, todas las semanas, salía a buscar buena madera al bosque para su trabajo.
Una noche había nevado mucho, pero con los primeros rayos de sol de la mañana, nuestro amigo salió esperando tener fortuna y encontrar un buen tronco con el que poder trabajar la madera. Cuando iba a retirarse rendido por el cansancio, algo llamó su atención: un bulto grande sobresalía sobre la nieve. Al agacharse, vio el más hermoso de los troncos que nunca había recogido, de una maravillosa madera blanquecina. Tomó aquel tronco como el mayor de los tesoros y pensó que debía valer para hacer algo muy especial.
Pasó días y noches sin dormir, hasta que por fin se le ocurrió hacer una muñeca con la madera y cuando terminó, estaba tan orgulloso de su trabajo, que decidió no ponerla en venta.
-Te llamaré "Matrioska"- dijo a la pequeña muñeca.
Cada mañana, Serguei se levantaba y saludaba a su amiga:
-Buenos días, Matrioska.
Hasta que un día, la Matrioska contestó:
-Buenos días, Serguei.
-Buenos días, Serguei.
Serguei se quedó muy impresionado y volvió a responder:
-Buenos días, Matrioska.
-Buenos días, Matrioska.
El viejo carpintero se sentía muy afortunado de tener alguien con quien conversar en su soledad. Pero Matrioska sólo hablaba cuando los dos estaban solos.
Un día, Matrioska se levantó muy triste. Serguei, que lo había notado, preguntó:
-¡Que no es justo!
-¿El qué?- contestó el carpintero.
-Cada mañana me levanto y veo a la osa con sus oseznos, a la perra con sus perritos... incluso tú me tienes a mí. Yo querría tener una hijita- contestó la Matrioska.
-Pero entonces- le dijo Serguei- tendría que abrirte y sacar madera de ti, y eso sería doloroso.
-Cada mañana me levanto y veo a la osa con sus oseznos, a la perra con sus perritos... incluso tú me tienes a mí. Yo querría tener una hijita- contestó la Matrioska.
-Pero entonces- le dijo Serguei- tendría que abrirte y sacar madera de ti, y eso sería doloroso.
-Ya sabes que en la vida las cosas importantes siempre suponen pequeños sacrificios- contestó la bella Matrioska.
Y así fue como el carpintero abrió a su pequeña muñeca y de ella extrajo madera de su interior, para crear una muñequita más pequeña pero exactamente igual a ella, a la que llamó Trioska.
Desde aquel día, todas las mañanas saludaba:
-Buenos días Matrioska, buenos días "Trioska".
-Buenos días, Serguei- respondían al unísono.
Muy pronto ocurrió que Trioska también sintió la necesidad de ser madre. Así, el viejo Serguei volvió a repetir el proceso y de ella sacó otra muñeca exacta a ella pero más pequeña a la que llamó "Oska".
Al cabo de un tiempo, también el instinto maternal se despertó en Oska, que rogó a Serguei que la hiciera madre. Al abrir a Oska, se dio cuenta de que sólo quedaba un mínimo trozo de madera. Sólo una muñeca más podría realizarse.
Entonces, el viejo carpintero tuvo una gran idea. Fabricó un diminuto muñeco y antes de terminarlo, le pintó unos grandes bigotes. Cuando lo hubo terminado, lo puso delante del espejo y le dijo:
-Mira , "Ka",... tú tienes bigotes. Eres un hombre. Por tanto, no puedes tener un hijo o una hija dentro de ti.
Después abrió a Oska. Puso a Ka dentro de Oska. Cerró a Oska, abrió a Trioska. Puso a Oska dentro de Trioska. Cerró a Trioska, abrió a Matrioska. Puso a Trioska dentro de Matrioska y cerró a Matrioska. Un día, Matrioska desapareció misteriosamente de la casa de Serguei.
Si alguna vez encontráis a Mastrioska, Trioska y Oska y, en su interior, al pequeño Ka, no dudéis en darles cariño.
Cris Valiño
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